Marcelo Mónaco, bisnieto de su fundador, está hoy al frente. “Trabajar acá es mantener la herencia. Para mí es un orgullo”, aseguró a De Brown.
Hace 99 años, la estación de José Mármol atesora parte del patrimonio cultural del distrito. Se trata del puesto de diarios de la familia Mónaco. El negocio atravesó cuatro generaciones, fue testigo de la historia y supo ganarse la confianza de los vecinos del barrio.
Fue en 1922, cuando don Carminie decidió venir de su Italia natal a probar suerte a Buenos Aires. Con su banquito de madera –que aún conserva la familia-, comenzó a vender diarios en la estación local.
“Después lo hizo mi abuelo Miguel, mi papá Rubén, mi hermano Eduardo y yo, hace más de 40 años. Mi viejo siempre dijo que se vendía todo menos el kiosco”, contó Marcelo, en diálogo con www.deBrown.com.ar
Históricamente, el puesto se mantuvo en el andén. Sin embargo, en la década del '80 con la electrificación del tren, les dieron dos opciones: permanecerse en ese lugar- pero en un área más chica- o trasladarse afuera. Fue así como decidieron ubicarse en la puerta, sobre la calle Thorne.
“Nosotros vimos pasar la historia. Mi papá hizo mucho por Mármol. Hay gente que me cuenta que él les prestaba plata para viajar o le dejaban cosas para entregarle a otra persona. Todo pasaba por el kiosco. Era el nexo con la gente, la persona de confianza en el barrio, aún hoy nos pasa eso”, reconoció a este medio.
Una particularidad del puesto es que Rubén, su papá, había establecido que todo aquel que cumpliera 40 años de cliente iba a tener un gran reconocimiento: el diario iba a ser gratis de por vida. “Esto se mantiene hasta hoy. Todavía tengo clientes de más de 50 años. Es como una jubilación”, admitió entre risas.
Marcelo tiene 56 años y dos hijos. Vive en Temperley, pero su corazón late en Mármol. Hace más de cuatro décadas está el frente del puesto. Lo hizo activamente tras la muerte de su padre en 1987.
“Trabajar acá es mantener la herencia. Papá dio la orden, dijo que el puesto no se vendía y así fue. Para mí es un orgullo estar acá. Me dediqué a esto, estoy a cargo y voy a ser el último”, admitió.
Y agregó: “Lamentablemente, este oficio va en retroceso, Internet nos está consumiendo. La gente antes esperaba el diario, pero todo cambió. La inmediatez nos comió, Internet nos va a terminar de sacar del mercado. No es un negocio que se pueda mantener en el tiempo”.
Pese a esta realidad, su propietario admite que ser canillita va más allá de vender diarios y revistas. “Cumplimos un rol social y de cercanía con los vecinos. Eso es impagable. Es un negocio lindo por lo que hacemos por el pueblo. Además, estoy hace muchos años y tenemos una clientela base muy fuerte, histórica. La gente mayor es la que mantiene el puesto”, aseguró a este medio.