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AÑO 12 - EDICIÓN Nº 2338
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lunes 25 de marzo de 2013

Peronismo y progresismo


Por: Matías Castañeda*. Néstor Kirchner nunca se fue del Partido Justicialista. Cristina Fernández fue diputada y senadora, respectivamente, de Santa Cruz, en representación del PJ, durante los 90´s. Los que tenemos buena memoria sabemos que eran díscolos, pero que no rompieron nunca con la estructura. Es decir, son peronistas y orgánicos, como debe ser. Algunos se enteran ahora.

El peronismo tiene más máximas que El Hombre Cualquiera de Gabriel Schultz. 20 verdades escritas y algunas orales que muchas veces tienen mayor fuerza que las escrituradas: una de las más importantes reza “el que gana, conduce”.

La verdad 14, según el evangelio de San Perón, esa sí tallada en la tabla que bajó el compañero Moisés de la montaña, señala: El Justicialismo es una nueva filosofía de vida simple, práctica, popular, profundamente cristiana y profundamente popular. Más claro, echale agua. Muchos no quieren enterarse. (Asimismo es cierto que a Perón le bombardearon la Plaza unos aviones que iban rubricados con la firma Cristo Vence. Y que Perón mandó a quemar iglesias. Bardo del bueno, no apto para tibios. Pero Perón siguió siendo creyente y católico. Ah, la vida, y sus vericuetos.)

Cuando el kirchnerismo escuchaba al “zurdito” de Alberto Fernández, que venía del partido de Cavallo y que hoy está cerca de Scioli, intentaron la afamada Transversalidad. Constaba de acercarse a movimientos progresistas del campo nacional y popular debido al descrédito de gran parte de ese aparato llamado partido justicialista.

Todos sabemos que no funcionó porque rápidamente Néstor Kirchner decidió recostarse en el vieja y querida orga, es decir, la aceitada estructura nacional de dirigentes llamado peronistas que más feos o más lindos, más malos o más buenos, están presentes en sus territorios y tiene como objetivo gestionar, dirían los optimistas, o tienen como norte la acumulación de poder, dirían los pesimistas, pero que ayudan a ganar elecciones. Después, como ya vimos, el que gana, conduce.

Es cierto a su vez que por más que la transversalidad no aportaba los votos suficientes tributaba eso sí un valor que en el siglo de la comunicación no es nada desdeñable: credibilidad en los sectores medios no antiperonistas. Es más presentable ante la sociedad un dirigente con poca construcción real de poder pero bienintencionado, eso ayuda a engrosar lo simbólico.

Esos miembros digamos de la sociedad civil ayudaron a construir y comunicar el corpus (no christi) teórico que le dio sustento a las medidas más transformadoras del kirchnerismo. Sin las partes hábilmente rescatadas y ensambladas de la transversalidad no hubiesen sido posibles la Ley de Medios, la Recuperación de YPF, de las AFJP´s, la Asignación Universal por Hijo, y agregue, estimado lector, en el changuito, otra medida que le guste, que me haya olvidado, y que toque algún interés real de los poderes económicos.

La elección de Bergoglio como Papa cambia el escenario no digamos 180 grados pero sí, ponele, tranqui, 110. No queda todo patas para arriba pero obliga al kirchnerismo a aceptar que las cosas van a torcerse un poco, que hay determinadas “deudas políticas” de la agenda progresista que serán de difícil reglamentación.

El kirchnerismo, Cristina, sabe que va a tener un factor de contrapoder con acumulación de cariño popular, pavada de cosa. El que gana conduce, y ganó Cristina, que conduce, y ganó Francisco, que conduce, y ambos son peronistas. Como alguna vez dijo el artista plástico Daniel Santoro, “el mundo tiende indefectiblemente al peronismo”. Pero conducen dos cosas distintas, un país, una iglesia, que ninguno puede inmiscuirse mucho en el quehacer del otro, porque tienen cosas más importantes que seguir, pero que les conviene llevarse bien, más que confrontar. Por suerte ambos dos, la dirigencia actual, podemos decir, es inteligente, son inteligentes, y lo entendieron, y todos contentos, o casi.

Es curioso que el movimiento político sindicado de terco, autoritario, violento, despótico, antidemocrático, tenga una habilidad definitiva para aceptar el nuevo -inédito- escenario con los valores que se le imputan, pero trocados por su opuesto.

Cristina reaccionó actuando como le vienen reclamando que actúe desde que asumió. Sólo que ahora hay un dirigente, el Papa, que justifica que las formas se cambien. El estilo del ejercicio del poder ha mutado muchas veces durante el kirchnerismo, se crispa, se centra, según el requerimiento del ánimo social. Esta vez no fue la excepción. Por suerte.

Al confrontar con Clarín el kirchnerismo atomizó y descentró a la oposición, que no supo cómo acomodarse a ese nuevo escenario. El kirchnerismo es pillo, ponele que no quería que el Papa fuera Bergoglio, pero fue igual, ya está, fin de la discusión. Cristina rápidamente lo aceptó, no hay tiempo para perder, y desde ahí empezó a observar cómo hacer para que esa novedad que parecía disruptiva pase a ser una buena nueva, para decirlo en términos político-religiosos (?).

El peronismo, lo entiende. El ejercicio del poder, la gestión, requiere aceptar todas las piezas del tablero. Si el progresismo anticlerical que acompañó con sus bemoles al kirchnerismo se pone “difícil”, Cristina como respuesta pedirá una audiencia con Francisco y le regalará un mate.

 

*Periodista

(Nota publicada por Diario Registrado el viernes 22 de marzo de 2013)

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