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AÑO 11 - EDICIÓN Nº 1941
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SOCIEDAD
miércoles 11 de septiembre de 2013

La parroquia Santa Ana de Glew, Raúl Soldi y una historia detrás


Mientras la capilla Santa Ana de Glew se inauguraba allá a lo lejos, en 1905, nacía en Buenos Aires, Raúl Soldi, quien sería uno de los más reconocidos artistas plásticos argentinos. Él y este modesto templo que se convertiría en parroquia en el año 1930, no sólo compartirían esta anécdota: su relación tomaría tintes de apasionamiento y traspasaría los límites del tiempo convirtiéndose en legado de todos los brownianos.

A principios de siglo pasado, Glew era un pueblo campero de calles mansas, tranquilas, transitadas cada tanto por sulkies y volantas. Esa apacibilidad tan diferente de la cada vez más impetuosa ciudad de Buenos Aires, fue lo que enamoró al maestro Soldi, luego de visitar la actual localidad browniana aconsejado por un amigo. Tiempo después decidió comprar allí una casa de fin de semana, donde pasaría largas temporadas estivales, según él, las mejores para pintar paisajes, por sus intensas tonalidades.

“El esposo de una amiga de mi mujer me contó que había comprado una quinta en Glew, un lugar apacible, con calles de tierra y características pueblerinas, bien criollas, que lo incitaban a uno a tomar mate todo el día o a tomar la siesta como hacemos los argentinos. Entonces me decidí a ir a visitar este sitio y no lo dejaría de hacer por muchas temporadas”, contaba Soldi.

Cuentan que se lo conocía como una persona más del pueblo. Salía con su bolsita de los mandados y lo saludaban tanto el carnicero como el almacenero. Sencillo, le gustaba recorrer los alrededores en busca de paisajes para pintar.

Fue así como un buen día, descubrió la capilla Santa Ana, construida por Pablo Regazzoni con el patrocinio de Vicenta Castillo de Calvo y Nicanor Ezeiza. Construida en ladrillos a la vista de estilo neoclásico, con doble campanario, techo a dos aguas e interior abovedado, contaba con las paredes blancas, cubiertas de cal apagada, y santos de madera, lo que impulsó al maestro a darle color y pintarla con distintas figuras. Así, en 1953, surgiría una empresa que le demandaría 23 veranos, trabajando lenta y minuciosamente en andamios hasta completar la serie de 13 frescos renacentistas que relatan la vida de la madre de María y retratan diversos lugares de Glew.

La técnica renacentista exigía un trabajo paciente y minucioso. Primero había que picar la pared -entre 30 y 40 centímetros- y posteriormente revocarla. Recién ahí el maestro comenzaba a pintar sobre esa cuadrícula. Si se equivocaba en un trazo o el tono no coincidía con la cuadrícula anterior, había que volver a picar y se hacía todo el trabajo de nuevo.

Soldi comenzaba a trabajar desde las siete de la mañana hasta que caía la tarde. A veces comía arriba del andamio. En otras oportunidades, le hacía compañía un fraile músico y poeta que le leía poemas en voz alta y tocaba el órgano.

Todavía hay vecinos que lo recuerdan pintando la capilla, ya que incluso mientras trabajaba, se celebraba la misa.

Actualmente hay en total más de 60 figuras y más de 250 metros cuadrados pintados con frescos. Por eso, turistas del país y del mundo visitan la iglesia, previo aviso de no utilizar cámaras de fotos que pueden trastocar con el tiempo los colores de las pinturas.

Si se observa detenidamente, uno puede percatarse de que el nacimiento de la virgen tiene lugar en el patio de una casa que está en la esquina del templo. También pueden descubrirse los molinos de viento, la biblioteca del pueblo y hasta la fachada de la capilla. Arriba, en el coro, se encuentra la figura del fraile poeta, y a su lado el párroco y el monaguillo de entonces. Santa Cecilia, que está sentada al órgano, es la muchacha que cantaba en la misa de los domingos. Otras de las figuras representan a la amiga de la esposa del maestro, por la cual éste conoció el pueblo, y a la persona que realizaba la limpieza del lugar.

“Mientras se pinta no creo que se pueda recordar mucho. Es tan grande la alegría cuando se logra un pequeño hallazgo, que uno se olvida cómo lo hizo”, solía contar Soldi, cuando le preguntaban por el trabajo que le demandó esta obra de tamaña envergadura que regaló el artista al pueblo de Glew, enorgulleciendo su historia.

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